Por Claire de Mezerville López
Cuando me preguntan qué es esto de las prácticas restaurativas, por lo general yo hago un resumen -injusto, como son todos los resúmenes-, en torno a:
(1) Restaurar el valor de todas las personas: Como bien lo dijera Michael White, el problema no es la persona, el problema es el problema. Separar a la persona de su comportamiento nos ayuda a que, aunque desaprobemos o estemos en desacuerdo con lo que hace, siempre honremos su dignidad como persona.
(2) Restaurar el valor de las relaciones: Las relaciones sanas son aquellas en las que las personas se reconocen entre sí como sujetos que merecen ser honrados y considerados capaces, siempre teniendo en cuenta las condiciones individuales de cada quien. Además de capaces, somos merecedores de ser amados. En una relación sana, apoyamos a la persona a la vez que animamos, reconocemos y les damos la oportunidad de expresar su propia capacidad.
(3) Restaurar la confianza comunitaria: Entendiendo comunidad como un grupo de personas vinculadas por una circunstancia, objetivo o proyecto en común, la confianza ocurre solo cuando hay un ejercicio constante de participación compartida, escucha activa, transparencia y claridad de expectativas. Participamos en nuestras comunidades -sean estas comunidad-familia, comunidad-trabajo, comunidad-escuela, comunidad-barrio- solo cuando confiamos en que seremos escuchados y que hay transparencia sobre cómo se desarrollan las cosas. La confianza comunitaria requiere compromiso, comunicación, flexibilidad y trabajo continuo.
Para mí, prácticas restaurativas son eso: persona-relaciones-confianza comunitaria.
Bueno, cayó COVID19 y mi «comunidad-familia» por supuesto que entró en crisis. La convivencia en medio del confinamiento es difícil, los horarios de trabajo están mezclados con la atención a los hijos e hijas. En mi caso personal, soy mamá de dos varones. Hemos tenido semanas buenas y semanas desastrosas. ¿Y las prácticas restaurativas qué?
Sigo aprendiendo lo siguiente -sin dominarlo aún, pero cada día un poquito mejor que el anterior-:
- Hay días malos: Mis hijos y yo podemos aprender de los días buenos, pero aún más de los días malos. Esos días en los que perdimos la paciencia o en los que no logramos hacer las cosas que queríamos hacer. Se vale reconocer que algunos días no salieron bien, pero es importante sacar tiempo juntos para hablarlo con ellos, con compasión y con esperanza: «hoy no nos fue muy bien. Mañana nos puede ir mejor. ¿Qué podemos aprender de hoy?»
- Involucrarles en el cambio constante: Eso no significa pedirles permiso o consultarles sobre todo lo que pasa. Yo soy la adulta y es mi tarea ofrecer a mis hijos seguridad y estabilidad. Ellos necesitan saber que estoy a cargo de su protección y que los mantendré seguros. Pero (y aquí viene el gran pero) involucrarlos es importante: hablar con ellos sobre lo que pasa, a veces con cuentos o a veces solo usando palabras sencillas. Así les transmitimos también que sabemos que son capaces de entender y de enfrentar la situación. Ser muy positiva y realista también: «no, no podés ver tantas pantallas. Vení, hablemos de porqué te hacen daño» o «no, no sabemos cuándo se va a acabar esto. Pero se acabará, esto es temporal. Mientras tanto, tenemos que aprender a ayudarnos.»
- Los niños y niñas son personas y no tareas: Sí, sé que es obvio. Pero cuidar niños y niñas pequeños es muy cansado. A menudo, mi lista de tareas es larga y abrumadora y «vigilarlos» o atenderlos se siente como una tarea más en medio de todo. Hacer todo a la vez (casa, trabajo, escuela, comida) puede provocar que el estar con ellos se limite a correr con pendientes y urgentes: «estoy con ellos, pero haciendo otras cosas». Necesitamos conectarnos relacionalmente con ellos. Jugar es la manera más efectiva de hacerlo. Sí, es cansado y requiere energía, pero es sumamente importante. Y más a menudo que no, es muy satisfactorio también.
- La expresión de emociones nos libera: Deben haber límites, claro: gritar, pegar o insultar no es permitido en esta casa. Cuando sucede, se les detiene y se les corrige. Sin embargo, debemos insistir en que está bien estar enojados, ansiosos, cansados o tristes. Es normal sentirmos así. Es bueno honrar esas emociones y transmitirle a los niños y niñas seguridad y confianza: «respirá la tristeza y sentila. Es normal. Ya pasará, porque todas las emociones son temporales. Mientras tanto, aquí estoy.» Este cuento maravilloso me ha ayudado mucho con los chicos.
- Estoy aprendiendo a honrar mejor su capacidad: Los niños deben hacer tareas en la casa. Deben sentir que su contribución es importante. Eso requiere monitoreo y a veces ayuda. En ocasiones, parece más sencillo hacer las cosas nosotros mismos, como adultos… pareciera ser menos trabajo. Sin embargo, darles tareas alimenta su sentido de capacidad y con el tiempo, nos ayudará a tener una dinámica de familia basada en la cooperación y la interdependencia.
- No sabemos todo: Se vale para nosotros como personas adultas el decir «no sé», «me equivoqué», «mirá, manejé esto muy mal. Me gustaría que lo arreglemos.» No estoy diciendo que vamos a desahogarnos con nuestros hijos o hijas. Eso sería autoindulgente y no ayudaría. Pero sí es valioso poder conversar con ellos sobre cómo enfrentamos y corregimos nuestros propios errores. Y es un ejemplo de vida para ellas y ellos.
- Preguntar más que sermonear: ¡Con lo que me encanta hablar a mí! Pero hay que cambiar la estrategia. En lugar de decir «¡sepárense porque están peleando!», he encontrado que es más efectivo decirles «a ver, paren. ¿Qué reglas tienen que poner para poder seguir jugando sin pelear?». Y bueno, adaptar las preguntas restaurativas a un lenguaje accesible siempre es una ayuda excelente.
- Ampliemos el círculo: Esto de la escuela en casa es tremendamente difícil. En mi caso, buscar una comunicación más cercana, respetuosa y honesta con las maestras de los niños ha sido esencial. Ellas están sobrecargadas y yo también: hablarnos con afecto y sentido del humor, reconociendo las cosas buenas, ayuda muchísimo. También es importante acudir a apoyos que nos ayuden a sobrellevar nuestra propia realidad emocional: ¡necesitamos ayuda! Personas de apoyo o quizás ayuda terapéutica nos ayuda a estar fuertes para nuestros hijos e hijas. A los niños y niñas no les toca sostenernos emocionalmente. Está bien expresar nuestras emociones, pero también debemos ofrecerles seguridad y calma. No somos invulnerables, así que es importante ver cuáles sí pueden ser los sostenes apropiados para nosotros. No debemos olvidar que el distanciamiento físico no significa aislamiento emocional. Hay maneras de reconectarnos con nuestras redes de apoyo.
- Autocuidado: En un taller virtual, una persona me dijo «eso del autocuidado que usted dice suena muy bonito, pero para mí es imposible sacar una hora para ir a que me hagan un masaje». Yo solté la risa y exclamé «¡Para mí también!» Con niños pequeños, el autocuidado no puede ser algo sofisticado, costoso o que consuma gran cantidad de tiempo. Pero sí requiere disciplina. En mi caso, mis tiempos de autocuidado son cinco minutos en la mañana, cinco después de almorzar y cinco minutos antes de dormir para desconectarme de aparatos electrónicos y hacer respiraciones profundas. Parece poco (y a veces sí tengo interrupciones), pero los efectos son significativos. Mejor tener esos minutos que no tenerlos. Así que hay que defenderlos. Autocuidado también es tener zonas de estabilidad realistas. Una rutina flexible y realista incluye cuidar las horas de sueño, actividad física y alimentación. No puede ser una rutina rígida ni sobre-exigente, pero sí nos ofrece una guía. Mejor tenerla que no tenerla. Así que hay que defenderla. Mejor resguardar acciones pequeñas y sostenibles en el tiempo y que se conviertan en hábitos. Nuestro cuerpo, nuestra salud mental y nuestra familia lo agradecerán.
- Somos fuertes: Esta situación es difícil. Pero somos capaces de enfrentar cosas difíciles. No podemos vivir esperando que la vida se ajuste a nosotros. No se trata de ser optimistas o pesimistas, sino de ser resilientes. Somos fuertes, estamos educando hijos e hijas fuertes y repito, sí somos capaces de enfrentar situaciones difíciles. Lo hemos hecho antes y lo seguiremos haciendo.
No sé cómo mis hijos irán a hablar sobre este año en el futuro. Solo sé que vamos aprendiendo sobre la marcha. A veces yo misma no soy más que una caricatura de errores. Mis niños… son maravillosos y complicados. Nos queremos. De pronto, este es el entrenamiento en prácticas restaurativas que más falta nos hacía.