Paola Vargas Gómez,
Psicóloga y facilitadora Certificada IIRP
Hace unos días, en compañía de un maravilloso equipo, tuve la oportunidad de conocer y compartir con niños y niñas pacientes de cuidados paliativos y sus familias. Pude hablar con padres y madres testigos y sobrevivientes de esa batalla llamada “cáncer”; y que con dolor en sus ojos y en cada palabra dicha, expresaban cómo sus pequeños hijos no lograron acabar con ella.
¿Cómo responder ante el dolor de los demás? Tantas preguntas aparecen vertiginosamente en nuestra cabeza en esos momentos. ¿Qué debo decir? ¿Cómo debo responder? ¿Cómo reaccionar frente a tantos consuelos “simpáticos”?
Brené Brown explica la simpatía así: simpatía es sentir lástima y/o tratar de “mejorar” las cosas.
Lo siento mucho
Me duele en el corazón que tengás que pasar por esto
No pensés tanto en lo negativo, ve el lado positivo
Ahora por lo menos (buscando siempre “el lado amable”)…
Comentarios que, desde la “simpatía” bien intencionada, expresamos cuando lo desconocido se nos acerca, nos abofetea y nos da una dosis de realidad, en este caso con algo tan real y tangible como lo es la muerte. A veces es mejor el silencio…
Cuando te has presentado en un funeral o has tenido que dar un pésame; ¿has escuchado esas frases? o probablemente las has dicho.
Nuestra sociedad no sabe hablar sobre el dolor y la muerte, y con ello vemos el final de nuestra vida como un acontecimiento lejano. Por eso, cuando somos conscientes de su cercanía, nos paralizamos y tratamos de evitar sentir lo que ésta nos provoca, ya sea en nosotros mismos o en quién nos está compartiendo su dolor; tratamos de hacer que todo esté mejor. A veces es mejor el silencio…
No sé qué se siente tener cáncer, no sé qué se siente el perder un hijo, no sé lo que es acompañar a un familiar durante este proceso. Lo que sí sé, es lo que he sentido al atender a un paciente con esta condición y lo que sentí durante estos días al compartir de cerca con estas familias.
Sentí dolor, angustia, frustración y alegría… Y agradecí cada segundo que me permitieron vivir eso, porque por unas horas, unos minutos o unos segundos me dieron lo más precioso que el ser humano puede tener: conectarse con el otro y vivir, compartiendo su experiencia. Vivir juntos cada reto, historia y anécdota que la vida nos pone en el camino, sentirlas, abrazarlas fuerte y enfrentarlas como son, sin adornos, sin limitar al otro en sus sentimientos, vivirlas desde la empatía.
Empatía es poder acercarme al otro y decir “No sé lo que estás pasando, pero te agradezco que lo compartieras conmigo y acá estoy”.
Dejemos de asustarnos ante las emociones ajenas y las propias, dejemos de tratar encontrar las palabras adecuadas que disminuyan el sufrimiento. Agradecer al otro por permitirnos ser parte de ese momento, en muchas ocasiones, es más que suficiente.
Aprendamos a vivir como seres empáticos que se nutren desde la humanidad y la conexión. A veces es mejor el silencio… Porque cuando las palabras sobran, siempre podremos apoyarnos en la quietud de un abrazo y el calor de una mano extendida, fortaleciendo nuestras relaciones desde la compañía y la empatía.