Por Claire Marie de Mezerville López
«No le temo a la palabra revolución. Le temo a un mundo que se vuelva cada vez menos valiente y auténtico». – Brené Brown.

Si Lewen. The Parade. 2007. Copyright IIRP.
Es difícil no sentirnos abrumados por la conmoción internacional que nos rodea. Nuestras comunidades navegan los estragos relacionados con la pandemia, la violencia de género exacerbada por las cuarentenas, además de las crisis socioeconómicas y ambientales de la última década. A esto sumamos los movimientos en Estados Unidos por el asesinato de George Floyd, crimen atroz que ha sido punto de quiebre en este país ante la letal injusticia racial. Aunque no seamos estadounidenses, la crisis actual nos confronta. ¿Cuál es nuestro lugar en medio de todo esto?
En su libro Common Shock, Kaethe Weingarten nos anima a observar la violencia sin desensibilizarnos a ella: a reconocerla como testigos conscientes y a la vez empoderados y capaces de empoderar a otros. Podemos validar lo que existe: convirtámoslo en palabra, démosle su valor real. Como ella misma afirma, «Al atestiguar, ofrecemos un regalo. De hecho decimos «tu sufrimiento importa. Reconocerlo me cambia. Tu dolor no será en vano».» (p. 207).
Heroísmo Cotidiano
Este período ha sido la oportunidad también de observar el heroísmo cotidiano que no ha sido escaso. La novela «La Peste», de Albert Camus, se ha convertido en lugar común y -por alguna razón- se puso de moda nuevamente. En esta novela, el protagonismo se lo lleva la nobleza rutinaria de un médico que busca responder al miedo, dolor e incertidumbre desde el heroísmo cotidiano. Un heroísmo sobrio y honesto, que sabe que quizás no haya recompensa alguna. «¿Es un santo?, preguntó Tarrou. -Sí, si ser santo es un conjunto de hábitos.» (p. 91). ¿Cuáles son los hábitos que nos permiten construir cultura de paz en tiempos como estos? Quizás ese heroísmo cotidiano de la bondad y del respeto dentro de la familia, aunque todos sus integrantes estén estresados y ansiosos. Quizás es el ser generosos en el servicio, en medio de nuestra larga lista de tareas, o quizás sea ofrecer escucha atenta a esa persona cercana a nosotros que está abrumada, inclusive si nosotros no nos sentimos muy bien. Ese heroísmo cotidiano que puede no ser reconocido y que igual será necesario cuando todas estas crisis se asienten. «No importa si estas cosas tienen significado o no, lo que importa es cómo responder a las esperanzas de la humanidad. (…) Sabemos ahora que si existe algo que siempre vamos a desear y a veces obtener, eso es el afecto humano.» (p. 91). Apostemos por el afecto. Apostemos por la ternura y por la conexión.
Participación Transformadora
Ahora bien, impactar lo cotidiano no significa que estemos eximidos de participar en las transformaciones más significativas de nuestro tiempo. Bien lo dijo Marshall Rosenberg (2005): «Si uso la comunicación no violenta para ayudar a las personas a estar menos deprimidas para que se lleven mejor con su familia, pero no les enseño, al mismo tiempo, a usar su energía para transformar rápidamente los sistemas en el mundo, entonces soy parte del problema. Básicamente, lo que estoy haciendo es calmando a las personas, haciendo que se sientan felices de vivir en el sistema tal como este es, así que estoy usando la Comunicación No Violenta como un narcótico.»
La cultura de paz no debe pervertirse en un narcótico, por el contrario, debería ser una imperiosa necesidad de involucrarnos y participar: de reconocer la diferencia y crear condiciones en las que sea seguro coexistir. Una vez le preguntaron a Ramana Maharshi: «¿Cómo debemos tratar a los otros?», a lo que él contestó «no existen otros».
No podemos negar, aún así, que ser testigos de la violencia estructural nos llena de un sobrio sentido de sobrecogimiento y frustración. Es más grande que una generación, más amplio que una comunidad aislada. Nos atraviesa a todos aunque con diferentes manifestaciones y raíces históricas y contextuales. El presidente del IIRP, John Bailie, envió un comunicado el 2 de junio de 2020 sobre la situación actual en Estados Unidos, del cual traduzco el siguiente extracto:
«Lo que sí sé es que el silencio no nos llevará ahí (al reconocimiento honesto del daño). He aprendido esto de todos ustedes y de este gran trabajo con el que nos hemos involucrado en las últimas décadas. Sin embargo, romper el silencio requiere riesgo y sacrificio.
Para aquellos acostumbrados a ser quienes más hablan en la sociedad, mucho de ese sacrificio puede comenzar con la simple tarea de escuchar. Solo entonces, en el microcosmos de una reunión restaurativa, usted podrá entender quién experimenta dolor y por qué, lo que su comunidad necesita y qué se requiere de cada uno de nosotros para iniciar la larga trayectoria de sanidad ante el daño que es tan actual como histórico.»
En cada uno de nuestros contextos debemos preguntarnos: ¿cómo va transformándose mi propia comunidad y cuál podría ser mi rol en ese proceso? Transformemos nuestras comunidades inmediatas y ampliemos nuestros círculos desde la escucha, la empatía, la compasión y el profundo sentido de responsabilidad de que nos pertenecemos mutuamente, de que «no hay otros» y cada persona tiene un lugar de acción para imaginar y construir algo mejor que lo que ya existe.